Dichos y ambiguedades de mi padre (o cómo a ratos me silencio)
Con el tiempo aprendes de dichos y ambiguedades. Aprendes a contestar preguntas que te hacen, cual siguilo al escapar de la respuesta esperada. Nos volvemos un secreto altamente resguardado. Las murallas ya no bajan tan facilmente. El silencio es lo que llega a ratos cuando te abres a escuchar. En algún instante añoraba la brisa de la mañana que traía el eco de vidas anteriores donde había conocido otras almas como la mía. Un buenos días se convertía en una sonrisa, en una ilusión, en una caricia… Una conversación se convertía en aprendizaje, y la brecha de treinta años se reducía a dos horas de conversación. Un amigo, una pareja, un padre. Creemos conocer lo que está detrás de esa vivencia, mas no es así. No sin al menos dejar ir.
Con el tiempo, aquella luna se alejaba, al vaivén de las olas y yo me volvía indefenso. Durante mucho batallaba contra lo inevitable, la naturaleza tiene su razón de hacer las cosas. Tal vez yo estaba destinado a ser llevado mar adentro, para luego regresar. Como naúfrago admito haber añorado las estrellas para luego declararme ignorante en descifrar su pulsación. La tierra, sabe a dolor, sangre y pasión, y en el barro he buscado restregarme. Soy sino la arcilla hecha barro que bajo el sol de julio se ha endurecido, y bajo la lluvia de octubre ha llorado. Soy el resultado de mis fracasos, rechazos e imperfecciones, que cada día se acumulan y se hacen más.
Con el tiempo, te das cuenta que intentarlo ya no hace falta, que aferrarse no deja nada y que construir algo, ya no depende de ti. La espiritualidad crece, y Dios encuentra una parte en ti. No la religión, no los hombres que predican, sino el calor de lo que nadie puede explicar mientras el milagro de vivir existe por si solo. Esa tranquilidad mental, me lleva al mar adentro de las promesas que me hice, y las oraciones que ofrecí, y entonces aprendo a nadar; a seguir, a no dejar de aspirar….
Con el tiempo, aprendí a callar, aprendí a observar, aprendí a amar el silencio, y a dejar en manos del destino, lo que va más allá. Entonces envejecí al ritmo del silencio que suspira.