De Drake, al Arenal; la mirada danzante cual flor en altamar (o como no alcanzaba a abrazarla)
En las montañas de Tarrazú, el tueste claro de la piel de aquella niña alta, todavía me hace temblar…. Nos conocimos en el 63 y allá, entre vacas y caballos, jugabamos al silencio de un coqueteo tierno por meses…. Ella, de metro treinta y tres, y yo, que llegaba a sus hombros, de puntillas. Eramos inocentes, perdidos en una tierra alejada de la capital, buscando convencernos de ideas locas, que solo ella y yo entendiamos. Eramos niños; chavales que pintaban el cielo con la lluvia, y un arcoiris que fungía como un escape de nuestros problemas de infancia.
Con los años, entendí que esa inocencia no tenía precio. Lo recordé allá en el 91, cuando caminando rumbo al Arenal, un aroma a tierra mojada de montaña me hizo reminiscencia a aquel cabello con textura de cafe molido, y olor a canela y miel. Que libre se siente el alma, cuando un abrazo dice mas en silencio que las palabras, y un juego de miradas te invita a soñar…No tengo miedo, no tengo miedo, me repetía mientras jugabamos escondido, y entre un vaivén de sonrisas, la noche protegía y el día nos impulsaba; el juego se repetía. No tengo miedo, me decía, al despedirnos, con yo con miedo abrazando de puntillas, y esa niña que soñaba con ser capitana a la mar,
Mar adentro, desde Tarrazú al Pacífico, aquellas danzas de miradas emigraron con nuestras palabras por miedo a dejarse llevar. Ella y yo, como rebeldes, en silencio, nos sentabamos, mar adentro, desde Drake hasta Danta, y soñabamos….con los suspiros de unas rosas, a la orilla de un volcán