El Corcel guanacasteco
A los ojos de Sabrina, aquel corcel era belleza, era fuerza, era imponente. Sabrina y él, se habían encontrado por primera vez en el 89, en la finca de su padre. Allá, el animal corría libre por las llanuras guanacastecas con tal energía, que ni ella, en su inocencia, ni el domador más experimentado hubiese podido contener la energía de ese rebelde animal.
El corcel, llamado gitano, era negro, como el azabache desvestido de los ojos de esa niña entrando a su adultez. Con los años, cada temporada de lluvia, gitano y Sabrina cabalgaban juntos en las llanuras, en las colinas al pie de El rincón de la Vieja. Y con los años, esa relación se fortaleció sin embargo, la vida tenía otros planes. Sabrina entró a la universidad y viajó a la capital. Cada vez se veían menos. Gitano la esperaba en los veranos y ambos retomaban aquel ritual que ambos habían desarrollado.
Aquel corcel, ahora viejo, y aquella chica, ya en sus 35s compartían dos veces al año. Su nueva familia, también lo había conocido y adoptado como suyo. Por supuesto que aquel alto animal brincaba y recorría las llanuras, como si aun fuese un joven, para impresionar a su doncella y sus hijos. En el verano del 2007, gitano murió esperando a la niña que había visto crecer. Fue subito, y sin dolor.
Durante algun tiempo Sabrina pensó en la vida y sus memorias de niña juntos a las faldas del volcan. Las travesuras de una chica ahora mujer, intimidante, impotente, belleza escondida y fuerza pura, cuyo negro azabache desvestido por la lluvia que intrrumpia los veranos guanacastecos, se desvanecian en el aire y ella sonreía, con la misma leve inclinación que aquel corcel al verla llegar cada año. Ella, también corría libre por las llanuras con la energía de la rebeldía que la había hecho mujer sonriente, galopante, imponente..