Un chocolate caliente (y un beso en la frente)
El chaval tomaba su gabardina y observaba el frío viento de diciembre recorrer las montañas de su antiguo pueblo: Boquete, donde a la vuelta de un volcán se escapaban las palabras que permitían que él huyese a la ciudad. Una taza de chocolate caliente, con un tantito de vainilla le hacía sentir en casa…Fue cuando tenía sus catorce años, aún sin vello facial y todavía cargando una sonrisa en su cara como la de aquel potro negro que tenía su padre, que él, soñaba con emigrar a la ciudad.
A lo lejos, el bus del pueblo llegaba una vez entre semana, y una vez durante los fines. Semi vacío al ingresar, vacío al salir del pueblo, solo aquellos descendientes de los lugareños hacían uso de esos buses.
Entre la maleza de la tierra, y la hierba que crecía arraigada en su aún inocente corazón, aquel chico soñaba con la cultura de la ciudad.
Conforme el chocolate se acababa, un beso en la frente de su padre le despedía. El invierno que cubría el corazón de su padre recién comenzaba a pasar y algunos vestigios del calor de un futuro que sería más cálido se asomaba. Era la época donde lo más cercano a un te quiero era el pellizco que recibía en su compleaños y la reprimenda de ser lento y no como los demás…
La lluvia galopaba por las ramas de aquellos árboles que embellecían avenida Balboa. El ruido de la ciudad ensordecía y aquel chaval sonreía mientras culminaba su taza de chocolate diario y el vapor que emanaba de ella le besaba la frente un tanto, cual dulzura de su padre en la época donde el sol lo hizo cálido al tacto y el sueño de emigrar a la ciudad recién se había hecho realidad…